La exclusión progresiva de sectores poblacionales a los que se les niega identidad es un factor de poder en la sociedad, es decir, la sociedad ejerce poder excluyendo a grupos específicos. La exclusión es más grave de lo que parece, el Estado además tiene el poder de no considerar a alguien y con ello reduce al individuo a un ser no social, sin derechos, ni libertades, lo reduce a la etapa de sobrevivencia o animalidad. Esta exclusión también llamada “Estado de Excepción” es un concepto complejo porque no permite una distinción evidente entre aquellos que viven en esa exclusión y los que no, o incluso aquellos que parece que son incluidos pero viven en la exclusión. Es un umbral de indiferencia entre la exclusión y la inclusión, habitando ambos mundos pero sin pertenecer a ninguno de ellos.
Este Estado de excepción en la modernidad se hace más peligroso, pues se esconde a través de las políticas neoliberales y culpa únicamente al individuo de estar en situaciones de pobreza y vulnerabilidad. En este sentido podemos pensar en migrantes, prisioneros clandestinos, y niñxs en organismos criminales. Estos últimos -niños, niñas y adolescentes- llaman la atención, parece que son individuos incluidos en el marco jurídico pero muchos en México están en una situación de exclusión evidente, muchos son fácilmente recluidos por el crimen organizado y sólo el Estado les presta atención cuando es momento de enjuiciarlos y aplicar un “castigo”.
La antropóloga Elena Azaola Garrido narra en la edición más reciente de Proceso que en su libro Nuestros niños sicarios, recupera los testimonios de 730 adolescentes que purgan condenas por delinquir. Su libro es un reflejo de las infancias olvidadas y violentadas que llegan a considerar la participación en el crimen como algo “normal” porque siempre han vivido en ella, matar y ser matado como algo normal. Los presupuestos recortados e ineficacia de políticas a largo plazo son algunas de las causas de su reclutamiento, algunos de los testimonios reconocen que pertenecer a un grupo criminal les brindaba protección e identidad.
En México, el propio Gobierno calcula que unos 460.000 menores de edad engrosan las filas del crimen organizado. Significa que 460.000 menores están excluidos, no se sienten protegidos ni identificados. El psicólogo Diego Safa le explica a El país, que "Muchos vienen de entornos de violencia o situaciones de pobreza en casa, en los que es común que uno de los padres se drogue o delinca, buscan atención y ayuda, pero no la encuentran porque sienten que no le importan a nadie… y en muchos casos es cierto", agrega que "No pueden votar, no tienen dinero y no son relevantes para sus familias, para los políticos ni para el Estado".
Lo anterior es grave, pues viven la vida sin protección del derecho. Su indefensión -además de la exclusión Estatal y de la sociedad- está en su incapacidad de autorepresentación, esto es lo que Agamben citando a Benjamin dice: "la tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción en el cual vivimos es la regla" (Bustelo,E. 2005). Este reclutamiento es definitivamente multifactorial, atraviesa el abandono, violencia intrafamiliar, ausencia de espacios educativos, y sobre todo la falta de políticas públicas a largo plazo que les atienda desde la niñez y no sólo cuando tienen que enfrentar una pena.
Los niños, niñas y adolescentes sicarios o involucrados en otras actividades delictivas enfrentan muchos problemas de representatividad. No es su culpa, es de un proceso histórico y sistemático que les excluye y olvida. Es necesario que este sector sea considerado en las políticas públicas de raíz, para que las infancias crezcan libres y en ambientes de cariño. La implementación de políticas que los incluya será el resultado de luchas. El espacio que puede configurar esas luchas es público y nos corresponde a todos y todas. Lxs niñxs y adolescentes en México son vulnerables, son excluidas y son olvidadas; la lucha es incluirlos en la vida social y no abandonarlos en la sobrevivencia.
Esta columna fue publicada en: https://www.martinrodriguezhernandez.com/.../la-exclusion...
Fuentes consultadas: Bustelo, E. (2005). Infancia en indefensión. SALUD COLECTIVA, Buenos Aires, 1(3): 253-284. Camhaji, E. (2018). “Éramos como platos desechables para el narco”. EL PAÍS. Recuperado de: https://elpais.com/.../12/mexico/1520868492_641729.html... Díaz, G. (2020). Cuando matar o morir es algo “normal” en un infante. PROCESO, México, No. 2299: 28-32.
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