La semana pasada escribí sobre la exclusión de niños, niñas y adolescentes y su paulatino ingreso en el crimen organizado y actividades delictivas a causa del estado de excepción en el que estos se encuentran. Me gustaría retomar el Estado de excepción porque pareciera que las repercusiones son más de las que yo imaginaba.
El Estado de excepción se caracteriza por la ambigüedad en la que coloca a los ciudadanxs, porque están protegidos por la ley pero a la vez su exclusión es evidente. El argumento de los gobiernos es la lucha contra un enemigo para “mantener el orden”, consideran necesario suprimir algunos derechos y libertades pero su repercusión es tan grande que afecta a muchos sectores de la población. Esto lo entiendo como un proceso, en el que primero se identifica al enemigo, luego se actúa de manera concreta a través del Estado de excepción (sustentado por leyes para enfrentar al enemigo) y la tercera parte, es la atención a los daños causados por el conflicto.
Es evidente que los niños, niñas y adolescentes se encuentran en esta indefensión pero ahora toca construir y apoyar espacios que se dedican a protegerlos; es posible construir estos espacios y multiplicarlos si el Estado se compromete a escuchar y sentir las distintas realidades. Un ejemplo claro, es la Aldea Infantil Wuarupa en San Pablo de la Sierra, Guerrero, Chihuahua; Romina Macías me cuenta de este proyecto lleno de amor y resiliencia.
Romina narra que es un espacio construido por dos mujeres comprometidas con esa realidad, su eje de acción es una educación integral que brinde -a niños y niñas, indígenas y mestizos- las herramientas necesarias para tener una vida digna, y que reconozcan lo valioso que es caminar hacia la vida en comunidad. Reconocer lo valioso que es la vida implica que ninguna representación de violencia es aceptada dentro de la aldea, esto significa una lucha por dejar de normalizar la violencia en todos los sentidos. Lo anterior es un reto en una región donde las noticias desgarradoras sobre descuartizados y balaceras es cotidiano, pero la Aldea ha hecho posible alejarlos por un momento de esa realidad. La Aldea les brinda un espacio para ser quienes quieran y deben ser (niños y niñas que aprenden, aman, juegan y ríen), reconoce que la esencia de cada uno es importante, que su vida en el mundo es importante.
La repercusión de conflictos como la Guerra contra el narcotráfico deja en la exclusión a muchos y muchas, la responsabilidad del Estado debe ser escuchar a aquellos que han sido silenciados, “mantener el orden” tiene que significar construir y apoyar espacios como la Aldea Infantil Wuarupa en donde las niñas y niños sean escuchados. Las dos mujeres que dedicaron su vida y su tiempo a construir este espacio son un ejemplo claro de que es posible crear espacios amorosos, resilientes, fraternos dentro de la cotidianidad; todos y todas necesitan ser escuchados, necesitan saber que su vida vale mucho, que su lugar en el mundo es importante.
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